¿ODIAS LAS AGLOMERACIONES?

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Para gustos hay colores, como suele decirse. Lo cierto es que según los diferentes perfiles psicológicos hay personas más propensas a odiar las aglomeraciones que otras. No hay nada extraño en ello, ni tiene que resultar patológico desde el punto de vista la psicología. Cuestión distinta es el caso de quienes padecen antropofobia, miedo a las personas o fobia social. En general, sentirse incómodo entre las muchedumbres o rehuir las grandes concentraciones humanas puede ser simplemente un rasgo distintivo de la personalidad y nada más. Desde Vivat psicólogos en Oviedo nos gustaría reflexionar sobre esas inclinaciones o preferencias en estos momentos tan particulares que vivimos.

Hacia un mundo sin aglomeraciones

Si la crisis del coronavirus se prolonga, es cierto que las medidas de confinamiento y restricción de movimientos pueden llevarnos en esa dirección. Puede suceder que un rebrote de la pandemia imponga más restricciones o que ciertas costumbres se extiendan o cronifiquen en cierta medida. Así como el hábito de lavarse las manos al entrar en casa se ha incorporado a la rutina ya de muchos hogares en Oviedo, por hablar de una ciudad que conocemos, hay cierto tipo de acontecimientos que pueden verse alterados en el futuro. Nada volverá a ser como antes es una afirmación un tanto aventurada. Pero el impacto psicológico de esta crisis sanitaria y de sus consecuencias sociales y económicas es innegable.

Sin embargo, ciertas cosas sí van a cambiar durante un tiempo. Y eso podría incluir a las grandes concentraciones de personas y a las pequeñas. Es decir, a aquellas situaciones como las de los medios de transporte colectivo, los locales de ocio o las discotecas en los que las personas se juntan por un motivo específico. Siguiendo con la lógica de la prevención evitar las aglomeraciones puede parecer más que recomendable. Sin embargo considerar cualquier reunión de personas como algo potencialmente peligroso nos llevaría a considerar de la misma forma tanto un concierto multitudinario como la discreta presentación de un libro en una librería de barrio. ¿Puede llegar a suceder? Es difícil de prever.

¿Un espléndido aislamiento?

Para muchas personas que odian las multitudes algunas normas de la llamada desescalada o vuelta a la nueva normalidad – un término con resonancias orwelianas – pueden ser mano de santo. Playas limitadas a paseantes y corredores, espectáculos con aforo restringido o plazas vacías obligatoriamente en cines y restaurantes garantizan cierta holgura no exenta de comodidad para algunos. No para los empresarios, desde luego.

Huir de las multitudes ahora parece más fácil. ¿O no?. Porque la imposición de horarios hemos visto como puede llegar a propiciar la coincidencia de muchas personas en calles o espacios públicos al mismo tiempo. Sin embargo, para los amantes de la soledad las restricciones de movimientos pueden resultar atractivas. O para quienes se ven menos afectados por sus efectos adversos. Como aquellos que, rodeados de comodidades en sus hogares, y sin preocupaciones económicas han cantado las bondades del recogimiento en los primeros días del confinamiento. Una especie de huida del mundanal ruido. Algo así como la splendid isolation propugnada a fines del siglo pasado por la diplomacia británica como medio de no implicarse en conflictos externos.

Por qué necesitamos a los demás

Sin embargo, incluso los más amantes de la soledad, han visto cómo al pasar los días el contacto humano se hace indispensable. Tanto las personas que viven solas como las que no, necesitan airear sus mentes con el contacto de los demás. La familia próxima y lejana, el círculo de amistades e incluso los conocidos ocasionales aportan el contraste necesario para nuestro equilibrio emocional. Somos seres psicológicamente dependientes de los demás y no hay nada de malo en ello. Ya lo reconoció Aristóteles, antes de que se inventara la psicología, con aquella definición del hombre como animal social.

Cuestión distinta es que nuestras inclinaciones varíen. Y varían según la clase de persona. Sobre eso los psicólogos tienen mucho que decir. Así, hay bastante gente que goza con el contacto humano y la sensación de proximidad con otros semejantes. Los apretujones en el autobús pueden ser una bendición o una tortura. Depende de si vamos con un grupo de amigos al aeropuerto a iniciar un viaje o acudimos a nuestro trabajo en hora punta. Pero no es extraño que algunas personas se sientan particularmente cómodas si están acompañadas, aunque sea de desconocidos. O que disfruten particularmente de saberse rodeados de sus semejantes.

No tiene nada que ver con el instinto gregario, si no con la forma de buscar un reflejo de nuestra identidad en los demás. Podemos encontrar una muestra de ello en la emoción que puede despertar el hecho de corear al unísono con miles de gargantas. O los gritos de ánimo de una afición en un estadio como el Carlos Tartiere de Oviedo. Es la sensación de pertenencia al grupo. De sentirse parte de algo. De saber que ahí fuera hay otros seres como nosotros. A partir de ahí, es también una cuestión de gustos. Pero sí es cierto que hay cosas en las que la mayoría de las personas coincidimos. A nadie nos gusta hacer una cola interminable para comprar unas entradas. Pero ver una película en una sala vacía nos hurtaría algo de la magia de ir al cine.

Si buscas psicólogos en Oviedo para ayudarte a superar los estragos emocionales del confinamiento, contacta con nosotros. En Vivat, sabemos escuchar.